En febrero de 2014, Naughty Dog publicó un episodio descargable de su aclamado survival de zombies, «The Last of Us». En él, nos poníamos en la piel de Ellie, uno de los dos protagonistas de la trama. Con 13 años, Ellie es visitada por una amiga, Riley, desaparecida hacía un mes; ambas deciden recuperar el tiempo perdido y ponerse al día. Bailan, trastean en una tienda de disfraces, hacen muecas en un fotomatón y descubren que, a pesar de los recelos, siguen siendo inseparables.
Al final de esta pequeña historia y en un momento de euforia, Ellie y Riley se besan. Prepúberes, posiblemente homosexuales y, no lo he mencionado, diferente color de piel; un cóctel de difícil digestión, ¿verdad? Contra todo pronóstico, resultó que no le importó a casi nadie. Claro que hubo reacciones airadas y ofensivas, pero fueron tan minoritarias que no hicieron sino dejar en evidencia a sus dueños. Algunos foreros se atrevieron a abrir hilos con el objetivo de arrojar algo de luz sobre la sexualidad de Ellie; he rescatado varios de ellos para la escritura de esta entrada y, en su mayoría, convergen hacia la misma conclusión: la orientación sexual del personaje es irrelevante para los objetivos de la trama.
Hace pocos días, Dayo, un conocido youtuber y periodista de videojuegos, publicó un vídeo (aquí el link para verlo) sobre el feminismo en el sector que acumula reacciones encontradas. La mayoría de periodistas prefieren mirar el tema desde una distancia alérgica, así que le concederé, al menos, la valentía de exponerse a las antorchas; yo, por suerte o desgracia, no tengo reputación ni salario que conservar, así que me permitiré una reflexión discordante.
En la filosofía clásica podemos encontrar algunas reflexiones sobre lo femenino como categoría metafísica; pero, desde entonces, los textos que tratan el tema son escasos. Los que sí se atrevieron, como Schopenhauer, destilan una misoginia que hoy se percibe con indulgente distancia: es indiscutible que lo femenino ha sido injustamente representado en la cultura durante siglos. Como respuesta pendular, hoy parece imposible incluir a la mujer en una obra cultural si no es desde una perspectiva marcadamente feminista, que a los efectos es sinónimo de protesta y reivindación. A su vez, el feminismo de hogaño, de alcurnia mucho más popular, ha hecho de avanzadilla para muchos otros colectivos minoritarios que han ido filtrándose en todos los estamentos de la cultura, el sector del videojuego incluido. Ahora se reclama una representación más equitativa y respetuosa con todos ellos, lo que está generando cierta controversia por parte de los que creen que esto socaba la libertad creativa de los autores.
Alrededor del minuto 22 del vídeo, Dayo comienza a tratar la representatividad de ciertos colectivos en el videojuego y, muy lúcidamente, admite que ahí es donde empiezan los problemas. El discurso coquetea con la idea de que las identidades afines (físicas, sexuales, étnicas, etc.) son sustrato fértil para la empatía entre jugador y personaje, a pesar de que él se apresure a ponerlo en duda. Es entonces cuando aparece Marta Trivi, otra periodista multimedia, con esta opinión que transcribo:
«Si de verdad os da igual que un personaje sea masculino o femenino mientras esté bien escrito, vamos a llegar a un acuerdo: a partir de ahora, todos los personajes van a ser mujeres, negras y musulmanas. ¿Os parece bien? Seguramente no, porque a todos nos gusta vernos reflejados en las historias».
Entiendo que una de las pretensiones de Marta es ilustrar cómo el encasillamiento de un perfil puede desembocar en estereotipos desafortunados, pero el razonamiento es, cuanto menos, caprichoso. Incluir diferentes perspectivas apoyándose en esquemas identitarios puede ser enriquecedor y hasta necesario, pero también un vacuo intento de subvertir clichés que la industria del videojuego, cuyo rigor brilla por su ausencia, no puede ni sabe cómo afrontar. Ahí están como ejemplos el reinicio de la saga Tomb Raider, las protagonistas de «Until Dawn», Quiet en «Metal Gear Solid V», cualquiera de los personajes femeninos de David Cage, la última y decepcionante entrega de «Mass Effect» o la reciente polémica que desató «Battlefield V» al incluir personajes femeninos en un conflicto ambientado en la Segunda Guerra Mundial. Haciendo un ejercicio de imaginación, creo que Marta insistiría en que también hay personajes masculinos insustanciales a patadas; a lo que yo respondería que el reparto de la mediocridad no es, por tanto, deseable ni constructivo para ningún arte.
En mi opinión, aspirar a la equidad en la representación cultural es síntoma de una mimada ingenuidad posmoderna, empeñada en superponer realidad y ficción. A todos nos la trajo al pairo las características identitarias de Ellie porque fuimos los suficientemente adultos como para abstraernos y disfrutar una historia por lo que es, no por lo que queremos que sea. El género y la posible homosexualidad del personaje no apelan a ninguna de mis inquietudes, pero sí una historia sobre la amistad, el primer amor y el descubrimiento de uno mismo.
En adición y a pesar del argumento de Dayo, remarcar un filtro feminista y transgresor sólo hubiera conseguido adulterar la receta, acortando enormemente el espacio del jugador para empatizar con Ellie. Alguien podría rebatir que el movimiento feminista es precisamente el que abrió la puerta a historias como la que nos ocupa, y me parecerá una crítica justa; sin embargo, también creo que Marta y yo coincidiríamos en el deseo, en un futuro cercano, de no necesitarlo para contar una historia que no huela a habitación cerrada.
Ahora, piso el cepo y respondo a tu pregunta: sí, todas mujeres, negras y musulmanas; pero, por favor, cuéntame una buena historia.