Hicieron falta siglos de progreso artístico y tecnológico hasta que la pintura se encontró frente a su primer muro insalvable con la aparición de la fotografía. Andréi Trakovsky, celebrado director de cine ruso, opinó que este suceso vino a liberar a la pintura de su pretensión más inalcanzable: la imitación de la realidad, cuestión que no presentaba ninguna dificultad para las cámaras fotográficas. Esto permitió que la pintura se desvistiera de uno de sus grandes complejos y girase en torno a sí misma para investigar su verdadera naturaleza. La aparición de movimientos como el cubismo, el surrealismo y el arte no figurativo da testimonio de este proceso.
Entre finales del siglo XIX y segunda mitad del XX se sucedieron la aparición y progreso de nuevos medios. Los hermanos Lumière patentaron en 1895 el primer cinematógrafo aprovechando sus conocimientos de fotografía. El cine no cumplía un siglo de vida cuando, fruto de experimentos sin mayor pretensión, surgió el videojuego, que vino a añadir una nueva capa de sofisticación con su interactividad. En un ilustrativo paralelismo con el cine, transcurrieron unos años desde que el videojuego pasó de ser un simple producto de entretenimiento a un medio narrativo; es decir, a valerse de sus herramientas interactivas para contar una historia, por simple o breve que ésta fuese. Ya no se trataba sólo de jugar al Ping Pong o evitar fantasmas de colores, sino que había que salvar a la princesa Peach y derrotar al Doctor Eggman.
Bien, si habéis estado de acuerdo conmigo hasta aquí, lamento deciros que hay otra gente empeñada en fastidiarnos nuestro bonito razonamiento. Entre los años 60 y 70 comenzó un aberrante movimiento pictórico llamado fotorrealismo, basado en imitar sobre el lienzo una imagen fotográfica tomada previamente. Si os parece una chorrada, a mí también. Lo curioso es que, en los últimos años, el novísimo arte del videojuego ha experimentado un derrape similar, persiguiendo el fotorrealismo de sus imágenes allá donde la vanguardia tecnológica monta el estand del E3.
Individuos como David Cage incluso se vanaglorian de crear “películas interactivas”. Nos toca asumir que el descubrimiento de nuevas posibilidades artísticas genera modas pendulares; pero si Andréi Tarkovsky resucitase, volvería a morirse de la risa al ver cómo dos disciplinas tan poco emparentadas tropiezan con la misma piedra.
La amarga verdad para estos herejes es que el fotorrealismo en los videojuegos apenas ha empezado a escalar el valle inquietante; es decir, ese rechazo que experimentamos cuando vemos una animación humana, demasiado humana. No negaré que, con los años, el medio pueda llegar tan lejos que nos sea imposible distinguir una imagen generada por ordenador de otra tomada por una cámara. Sin embargo, planteo una pregunta: ¿en qué habrá evolucionado el medio cuando lo logremos? La fisicidad, que diría Garci, nos será irrelevante si el elemento interactivo sigue estancado en las fórmulas que hoy disfrutamos.
Algunos os habréis dejado impresionar por el abrillantado esquema de «Detroit: Become Human», pero, en mi opinión, no supone ningún avance respecto a lo ya visto. Más posibilidades, más guion, más melodrama, que es lo que David Cage entiende por cinematográfico; no obstante, menos videojuego.